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Primera edición, 1954, M. Gleizer, rústica, buen estado, 239 pp., 20.5 x 15 cm., apéndice con opiniones de Manuel Gálvez, César Tiempo, Niceto Alcala Zamora, entre otros. De magia y hechicerías en la literatura mendocina Francisca fue a echar candado a la portezuela y miró por pura curiosidad a ambos lados de la cuadra. Ni un alma. Y antes de volver hacia el dormitorio de Zelmira, hablando consigo misma, pero así como quien escupe una amargura o un desprecio profundo, exclamó: -¡Mala calle de brujos esta! ¡Mala calle de brujos! ¡Mala calle de brujos! . Juan Bautista Ramos. Mala calle de brujos (1954) En 1954, Juan Bautista Ramos (1896 - 1966) publica en Buenos Aires una novela que, a juzgar por la fecha al pie de los comentarios críticos que la acompañan, tenía escrita desde la década anterior (así por ejemplo, el de Manuel Gálvez está fechado en 1943, y el de Niceto Alcalá Zamora, que lleva como título Prólogo a la Primera edición , en 1942). Este relativo anacronismo podría justificar las características del texto, más cercano a la narrativa de promociones anteriores en su modo realista (de hecho, se lo ubica como derivado de la narrativa de intención social de la Generación del 25 ) que de la renovación narrativa de los 50, encabezada, por ejemplo, por Antonio Di Benedetto. Ramos, periodista, dramaturgo, novelista y poeta, además de ensayista y traductor, ya había publicado tres libros de poemas entre 1924 y 1932: Los motivos del ágora (1924); Solfatara (1929) y El poema de Abel o 40 canciones sobre una chimenea (1932). También editó, dentro del género narrativo y dramático, Teatro sin butacas y personajes sin Dios (1929); posteriormente aparecerán La tragedia de una algarada (1934) y lo que es su obra más conocida, con la que se incorpora a la narrativa de intención social mendocina: Mala calle de brujos (1941). El título de esta última novela es sugerente. Si bien el conflicto no es demasiado original: hombre joven de buena familia enamora, seduce y abandona a muchacha pobre pero hermosa, con consecuencias más o menos previsibles, la fuerza de este texto supera cualquier cliché por varias razones. En primer lugar, porque incorpora a la literatura costumbrista un nuevo espacio y un nuevo actante colectivo: el barrio (lección que luego aprovechará magistralmente Antonio Tejada Gómez en su novela Dios era olvido). Segundo, y en cierto modo relacionado con lo anterior, por la introducción de la oralidad como recurso caracterizador -magistralmente logrado- de los personajes humildes, cuyas hablas contrastan con las alambicadas pausas descriptivas y reflexivas del narrador, plagadas de neologismos no siempre eficaces. Y, finalmente, por la índole de la protagonista femenina, Agú, y de su padre, el brujo Dimas, lo que permite la introducción del discurso de la hechicería Este aparece en diversas formas: en primer lugar, por el sortilegio del nombre de la protagonista, evocador de fantasmas: ¡Agú, Agú, como un aullido de fieras o un preludio de las abracadabras de la Máma Lola que le oyó contar al que pasaba por su padre, el brujo Dimas (Ramos: 17). También se hace presente a través de la sabiduría empírica que cura a través de las humildes plantas serranas y también por medio del ensalmo oportuno: Una dolencia reumática precoz le trajo su amor por los yuyos […] En tren de curarse empleó todos los que halló […] Después de las primeras tentativas llegó a curarlo todo con yuyos y palabras: huesos rotos, mal de amores […] (Ramos: 19-21). Se describen así prácticas comunes que quizás todos alcanzamos a conocer en nuestra infancia, como la cura del empacho con un pañuelo de seda medido en tres segmentos iguales […] (Ramos: 21). Otro atributo de Dimas es la rabdomancia, la capacidad de encontrar agua oculta: Vino a refirmar definitivamente la fama de Dimas una predisposición extraordinaria de su sensibilidad […] Con una horqueta en la mano se ponía a caminar. Codice articolo 2023/3017
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